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El derrocamiento fundamentalista de la integridad humana

  • Foto del escritor: Revolución Redactada
    Revolución Redactada
  • 27 mar 2020
  • 4 Min. de lectura

Las costumbres religiosas mantienen hasta el día de hoy prácticas que no son aplicables a la realidad y que generan consecuencias en la salud mental y física de sus autoridades, pero también de sus creyentes, siendo estos últimos las principales víctimas de esta problemática.


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¿Qué es lo primero que pensamos cuando hablamos de religión? Quizás en la creencia, o en una fe regente de nuestro mundo. Quizás, pensamos en la identidad, porque representa aquello que define las bases de nuestras vidas, desde los domingos en misa o las visitas al templo, hasta nuestros valores morales. 


La religión es parte de la realidad. Es una ideología que nos rodea y que se plasma, también, en forma de establecimientos físicos. Sus instituciones moldean nuestras creencias, transforman la fe en prácticas y las vuelven legítimas a través de su poder. Pero, ¿qué pasa cuando su poderío supera los límites, al punto tal que tienen la oportunidad de manipular y controlar nuestras vidas sin dejar rastros?


El monopolio del conservadurismo institucional es el principal causante de la problemática que más aflora en la actualidad: la violación de los derechos y, más específicamente, la integridad sexual de los creyentes. 


Hace solo dos semanas, en la provincia de Mendoza, Argentina, se conoció la sentencia a dos sacerdotes católicos por la violación de más de 25 menores en la sede argentina del Instituto Provolo para jóvenes con discapacidad auditiva. Por otro lado, en 2018, un grupo de víctimas de abuso sexual tuvo una reunión con el Dalai Lama, mayor autoridad del budismo tibetano, para denunciar las violaciones de maestros budistas a lo largo del mundo. Y como estas, en el último tiempo, ocurrieron muchas denuncias más. 


¿Qué es lo que tienen en común estos casos? Esencialmente, razones vinculadas de forma estricta con la institución. La principal es el fundamentalismo respecto a una de las bases más antiguas de la religión: la castidad. Es decir, la renuncia a todo tipo de placer sexual. Esta, y su interpretación, suele variar según la religión. En el catolicismo, simboliza la virtud, un fruto del Espíritu Santo que permite dominar nuestra sexualidad y orientar el instinto hacia el crecimiento espiritual y corporal. En el islamismo, la castidad antes del matrimonio es fundamental, y no cumplirla lleva a una degradación del estatus social y, en algunos países, a la implementación de una pena capital por su incumplimiento. En cambio, en otras religiones como el hinduismo y el budismo, es llevada a cabo por algunos sectores ortodoxos para alejarse de los deseos materiales.

Esta represión de la sexualidad implementada por siglos lleva a sus miembros a una vida donde no solo se debe resistir la tentación de uno de los placeres más antiguos de la historia, sino que también debe torturarse a quien lo cometa.


La sexualidad es parte de la naturaleza humana, es un impulso innato, y su deprivación solo genera una lucha interna de culpabilidad. Esto ocurre porque su prohibición lleva a una alteración en la psicología de los individuos, ya que se está privando a los mismos de una necesidad fisiológica básica. Por ende, la abstinencia no genera un mayor control, sino una mayor necesidad hacia el impulso sexual que, a la vez, se dice que debe ser castigado y por lo tanto callado. 


Además de la represión, debemos tener en cuenta que los problemas de la religión con la sexualidad no surgen solo con la castidad. La percepción de los niños y las mujeres en los textos sagrados contribuyen a esta cultura de pedofilia y violación. En el Corán, el profeta Mahoma contrae matrimonio con Aisha, una niña de seis años de edad, y tiene relaciones sexuales con ella a sus nueve años lunares. En la Biblia, diversos pasajes hablan sobre la posesión de la mujer como un bien, y como se puede dominarla y robarlas de sus esposos, como en Deuteronomio 21:11-15. Pensemos cómo aplican estos versos entre grupos fundamentalistas, cuya base es interpretar los textos sagrados de forma literal. La violación no solo es influenciada por la castidad que afecta a la psicología individual, sino también por una cultura de cosificación y dominación sobre los niños y mujeres que incentiva estos actos. Esta aprobación de la violencia lleva también a que las prácticas dentro de estos círculos comiencen a ser naturalizadas, generando mayor complicidad entre sus miembros para ocultar la realidad vivida dentro de las instituciones.


Esta cultura del silencio y la negligencia se refleja en el desarrollo de una epidemia de violaciones a lo largo de las instituciones. 


No son casos aislados, y las investigaciones como la del grupo Spotlight sobre el clero de Boston en Estados Unidos, lo reflejan desde hace más de tres décadas. La violación de la integridad sexual de los creyentes se ha vuelto una rutina y la pedofilia se volvió moneda común en un círculo que ya pasó a ser internacional, y que es tan grave que llevó a la creación de instituciones para tratar a los curas abusadores. No solo esto, sino que hace sólo una década, el famoso sexólogo alemán Klaus Beier declaró públicamente en televisión que las personas con tendencias pedofílicas buscan refugio en instituciones que promueven el celibato o la castidad.


Y esto lleva a otro punto, la complicidad. El caso Provolo es la viva prueba: el principal acusado ya había sido denunciado por abusos hace más de una década en la sede italiana del Instituto Provolo en Verona. Aun así, se tomó la decisión de trasladarlo a Argentina sin ningún tipo de decoro y con excusas respecto a quién tenía la autoridad sobre los acusados. Lo mismo ocurrió en Boston: las violaciones se llevaron a cabo por más de tres décadas, mientras los culpables no eran condenados, sino que eran trasladados de una parroquia a otra.


Y no nos olvidemos de las declaraciones del Dalai Lama, quien dijo saber de los abusos sexuales de los maestros desde los años 90. 


En la complicidad, las autoridades religiosas violan los supuestos más simples de su creencia: proteger y ayudar. Los fundamentalismos estrictos sobre los estilos de vida causan cada día una mayor caída de la moral y, por ende, el aumento de la incapacidad de discernir entre aquello que es correcto o no. Esta perturbación ya ha afectado a millones de personas a lo largo del mundo y de la historia. Se podría decir que el cambio de las prácticas es el primer paso para modificar la realidad a la que hemos llegado. 

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