Mujeres y cambio climático: cómo el género es un determinante de la vulnerabilidad
- Revolución Redactada
- 8 may 2020
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Actualizado: 12 ago 2020

Al día de hoy, el cambio climático parece arrasar nuestra realidad. Desde los incendios de Australia hasta las inundaciones en diversos países de Asia y Latinoamérica, su efecto es el más grande que se vio en la historia. ¿De qué hablamos cuando decimos “cambio climático”? Nos referimos a las variaciones que ocurren en el clima debido al calentamiento global, o sea, el aumento de temperatura producida por el aumento de la emisión de gases de efecto invernadero.
Sabemos que sus efectos sobre nuestras vidas aumentan cada día más, al punto tal que nos acercamos a cambios irreversibles si no solucionamos este problema para el año 2030. Y mientras estos problemas siguen creciendo, es importante cuestionarse quiénes son los que sufren sus consecuencias.
Por más que el cambio climático terminará teniendo un efecto sobre toda la humanidad –debido a que las catástrofes climáticas no distinguen por clase, género, etnia, etc.–, lo cierto es que en la actualidad nos encontramos con que hay grupos con una vulnerabilidad mayor. Uno de estos grupos son las mujeres.
Ahora, ¿Por qué? Las construcciones sociales sobre los roles femeninos parecen ser la principal causa. El riesgo que generan estas construcciones es tan grande que, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), durante los desastres naturales mueren más mujeres que hombres y, cuando esto ocurre, tienden a hacerlo a una edad más joven. Esto se vio y se sigue observando en distintos eventos a lo largo del mundo. Un ejemplo sería el ciclón que ocurrió en Bangladesh en el año 1991 donde la mortalidad de las mujeres de 20 a 44 años fue de 71 por 1000, en comparación con 15 por 1000 para los hombres. Aquí no sólo se priorizaron los rescates de hombres, sino que en una gran cantidad de refugios las mujeres no podían ingresar sin un acompañante masculino –en un ciclón, incluso si se emite una advertencia, muchas mujeres mueren mientras esperan que sus familiares regresen a casa y las acompañen a un lugar seguro.
Una situación parecida volvió a ocurrir en 2007 con inundaciones masivas seguidas por un ciclón que tuvo más de 3 mil damnificados. Esto no sorprende, teniendo en cuenta que Asia del Sur es una de las zonas más perjudicadas por el cambio climático a nivel global. Esto es importante de remarcar porque, a pesar de que las emisiones de gases de efecto invernadero que generan el cambio climático ocurren en gran medida en países desarrollados y en minorías que poseen mucha riqueza, los más expuestos y en mayor situación de vulnerabilidad son los países en desarrollo y las personas en situación de pobreza y marginación. Dentro de esta categoría, las mujeres también padecen más que los hombres.
Cuando ocurren catástrofes climáticas en el mundo y se destruyen los sistemas sanitarios, las mujeres y adolescentes sufren problemas que los hombres no: infecciones urinarias por abstenerse a ir al baño, otro tipo de infecciones por no poder acceder a productos menstruales y dificultades para movilizarse y acceder a lugares seguros en mujeres embarazadas. Las dificultades se suman donde ciertos roles de género prevalecen y se manifiestan en tres esferas: la división del trabajo por género, la responsabilidad de las mujeres en la crianza y el trabajo doméstico, y el acceso desigual a los recursos productivos. Esto ocurre en Bangladesh donde, ante la salinización de las fuentes de agua potable, las mujeres son las encargadas de buscar otra fuente de agua dulce para alimentar a las familias, sin importar su condición física. Lo mismo ocurre con la producción de alimentos y la búsqueda de leña que hacen que las mujeres deban recorrer mayores distancias. A esto se suma que están más expuestas a la desnutrición, ya que ante la falta de alimento se prioriza a los hombres y niños antes que las mujeres y niñas. Sumado a esto, un estudio de Women’s Environment and Development Organization (WEDO) muestra que durante las catástrofes, los niveles de acoso sexual y violencia doméstica aumentan sobre las mujeres (WEDO, 2008, pp. 6-7). Claramente la vulnerabilidad de género tiene una relación directa con la exposición y la vulnerabilidad al cambio climático.
Todas estas razones explican por qué según la Organización Mundial de la Salud (OMS) los desastres naturales disminuyen más la expectativa de vida de las mujeres que de los hombres. Este efecto, además, es proporcional a la gravedad del desastre: cuanto más severo, los impactos son más graves en la esperanza de vida de las mujeres en comparación con la de los hombres. A la vez, esto es inversamente proporcional en relación con el estatus económico.
Los conflictos también se trasladan a la economía. Debido a que las mujeres tienen menor acceso a la educación formal que los hombres en varios países del mundo, esto hace que tengan menos acceso a información crítica sobre la variabilidad del clima, dificultando, por ejemplo, a las mujeres que se dedican al trabajo rural y no pueden predecir las inundaciones o lluvias que arruinan sus cosechas.
Por estos motivos es que sostenemos que el cambio climático tiene un efecto diferenciado y relevante sobre el género y, consecuentemente, las mujeres. La interseccionalidad, en este caso del feminismo con la lucha contra el cambio climático, es fundamental para generar una mayor conciencia en sociedad. Por ende, es necesaria una perspectiva de género en los estudios académicos y en la política que, al no ocurrir, lleva a políticas públicas sesgadas que no son cien por ciento efectivas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) sostiene que, según evidencia de estudios de caso, la incorporación de un análisis de género puede aumentar la efectividad de las medidas para proteger a las personas de la variabilidad y el cambio climático y, a la vez, proporcionar una mitigación más efectiva.
Un estudio realizado por Astghik Mavisakalyan y Yashar Tarverdi descubrió que “ la representación política femenina contribuye a cambios significativos en las políticas nacionales e internacionales”. Esto se debe a que las mujeres suelen tener una mayor conciencia y preocupación por temáticas relacionadas con el cuidado y la cooperación –necesarias para analizar el cambio climático– ya que los roles de género las asocian y acercan a personalidades de mayor sensibilidad emocional. Por estas razones es que este estudio encuentra una asociación positiva y sólida entre la representación femenina en el parlamento de un país y la rigurosidad de sus políticas de cambio climático. Además, los efectos suelen ser muy positivos: en estos países, vemos una disminución de las emisiones de carbono.
Es importante agregar que el movimiento de mujeres suele tener conexiones y alianzas con sectores marginados y vulnerables de la sociedad, ya que ante la lucha contra la opresión patriarcal surgen nuevas opresiones que se relacionan –se interseccionan– con la clase, la etnia, la sexualidad y otros. Un estudio de Anna Kaijser y Annica Kronsell explica muy bien esta relación cuando dice que “la responsabilidad, la vulnerabilidad y el poder de decisión de las personas y los grupos en relación con el cambio climático se pueden atribuir a las estructuras sociales basadas en características como el género, el estado socioeconómico, el origen étnico, la nacionalidad, la salud, la orientación sexual, la edad y el lugar”. Incluir una perspectiva de género al análisis del cambio climático ayuda a incluir también otras perspectivas que pueden desafiar estas estructuras sociales.
Este aporte no sirve solo para difundir el accionar al cambio climático entre grupos oprimidos y minorías, sino también para incluir a los hombres en esta batalla. Ante la inclusión de mujeres y su perspectiva de género, esto abre puertas a que los hombres en sus equipos observen otro tipo de políticas y análisis que previamente no estaban presentes.
Desafiar los roles de la femineidad y la masculinidad lleva a mejores condiciones de vida para ambos géneros. Es muy común que en las familias de zonas vulnerables al cambio climático donde las mujeres se encargan de las tareas domésticas y la alimentación de la familia, si estas sufren algún daño, los hombres queden desamparados sin saber cómo cocinar o mantener a sus familiares. Mediante el cuestionamiento de estas bases, se logra una mayor independencia y conciencia en los miembros de las familias.
Las mujeres en situación de marginación o pobreza sufren el cambio climático con una profundidad agravante. Por esto es necesario incluirlas en las políticas públicas y escuchar sus experiencias para entender cómo el cambio climático afecta las realidades.
Un claro ejemplo son las mujeres que viven y utilizan áreas forestales para su subsistencia: a través de sus prácticas diarias como recolectoras de semillas, combustible y forraje, entre otros, entienden a los bosques y sus recursos.
Pero, ¿Cómo se logra esta inclusión? Los estudios de caso son ideales para responder esta pregunta.
Un gran ejemplo de cómo incluir a las mujeres y a la vez aplicar políticas públicas contra el cambio climático es un estudio de caso que se hizo sobre Bolivia en 2009. Este país sufre de una gran cantidad de inundaciones que cada vez se vuelven más impredecibles debido al cambio climático, como ocurrió en el año 2007 en Beni. Esta zona suele limitar mucho su agricultura durante el ciclo anual de inundaciones y sequías y, en la mayoría de los casos, la población local está mal equipada para adaptarse a sus impactos.
Ante esta situación, Oxfam International inició el proyecto de camellones. Esto consistía en enseñar a las mujeres pobres de la zona de Trinidad cómo readaptar al presente una técnica de cultivo precolombina a través de equipos modificados por la agro-hidrología. Este proyecto se enfocó en las mujeres porque ellas suelen ser las más afectadas a la hora de enfrentar las inundaciones, ya que no solo son las encargadas de las familias sino también de las granjas y los cultivos –donde tienen roles importantes de liderazgo– que, cuando son destruidos por las aguas, las dejan sin una alternativa para subsistir.
Este proyecto tenía como objetivo que las familias pudieran sobrevivir a los eventos climáticos extremos y finalmente esto se logró en por lo menos 400 de ellas. Además, se redujo la necesidad de utilizar el método tradicional de talar y quemar los bosques circundantes, aumentando la capacidad y calidad del suelo por varios años.
Otro caso es el de las mujeres de barrios urbanos de bajos ingresos en Honduras que tenían dificultades para acceder a agua saneada y asequible porque los precios del agua estaban en aumento. Ante esta situación las mujeres gestionaron una expendedora propia de agua, lo que generó que se bajaran y fijaran los precios, se le diera empleo a mujeres solteras pobres con hijos y se usaran las ganancias para financiar proyectos barriales.
Otro caso es el de Luzanivka en Ucrania, lugar que se caracterizó por ser un centro de limpieza de tanques de aceite ferroviario. Ante la falta de un alcantarillado apropiadamente construido, se generaron desbordamientos constantes de aguas residuales en las calles y los hogares. Estos no fueron resueltos por las autoridades que decían que había una “falta de presupuesto”. Así fue como la organización ambiental MAMA-86, formada por mujeres locales después del desastre de la planta nuclear de Chernobyl, se reunieron con los residentes y presentaron una demanda legal contra la autoridad local. Como resultado, el gobierno asignó recursos a terminar la construcción de una bomba de aguas residuales, se financiaron obras ambientales en el distrito y se cerró la instalación de limpieza de tanques de aceite.
Incluir estos proyectos no solo mejoró la calidad de vida de las mujeres pobres sino que, bajo ese objetivo, se mejoraron las consecuencias ambientales sobre la tierra, los bosques y las ciudades. Mediante el reconocimiento de la problemática de los roles de género, se lograron proyectos que beneficiaran tanto a mujeres como hombres y que permitieran una mayor supervivencia.
La temática de género es de alta relevancia para lucha contra el cambio climático: inclusión puede generar cambios en la calidad de vida de las poblaciones y, a la vez, una mayor conciencia en la política y los gobiernos sobre los efectos ambientales que genera a corto y largo plazo, aumentando la capacidad de mitigación y adaptación.
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