Crea tu propio enemigo: Trump y ANTIFA
- Revolución Redactada
- 4 jun 2020
- 7 Min. de lectura

El pasado 25 de mayo George Perry Floyd fue asesinado por tres oficiales del Departamento de Policía de Minneapolis. Los oficiales lo forzaron a apoyarse boca abajo contra el piso mientras Derek Chauvin hundió su rodilla en su cuello por ocho minutos y cuarenta y seis segundos. Los otros dos oficiales hicieron presión sobre su espalda, aumentando el peso sobre su cuerpo. Una autopsia privada confirmó que su muerte fue un homicidio por asfixia.
Desde ese día hasta hoy, surgieron 140 protestas a lo largo de todo Estados Unidos donde la brutalidad policial sigue ejerciéndose mientras arrestan a miles de personas y la Guardia Nacional aparece en 21 estados y se declaran estados de emergencia en 40 ciudades. George Floyd se suma a la lista de afroamericanos asesinados: Breonna Taylor, Freddie Gray, Philando Castile, Alton Sterling, Sandra Bland, Laquan McDonald, Tamir Rice.

La guardia nacional en Minneapolis. Créditos: Carlos Barria/Reuters
La gravedad de la situación aumenta. Las protestas se vuelven incontrolables y con razón: no hay justicia. Aunque Chauvin ha sido acusado de asesinato en tercer grado y homicidio involuntario en segundo grado, la policía sigue asesinando afroamericanos durante las protestas, como ocurrió con el caso de David McAtee en Louisville, Kentucky. Aún así, ni la administración ni Donald Trump se hacen responsables: hacen silencio ante la brutalidad policial y niegan el involucramiento de supremacistas blancos.
La estrategia política quedó clara el 31 de mayo, cuando Donald Trump publicó en su cuenta de Twitter que Estados Unidos designaría al movimiento Antifa como una organización terrorista, seguido más tarde por otras figuras de la administración. Esto vino acompañado de la acusación de la izquierda radical de ser los reales culpables de las protestas.
¿Es realmente Antifa el protagonista de las protestas? Es difícil de creer que esta red militante antifascista tenga algún tipo de poder sobre las protestas. Su organización es difusa, no tiene un líder ni una estructura nacional –como sugiere Trump– o definida. Tampoco posee funciones de membresía, por lo que es casi imposible saber cuando alguien forma parte. Ni siquiera existe una declaración oficial de parte de este grupo. Además, incluso si Antifa fuera real, las leyes no permiten que el gobierno federal defina entidades terroristas e imponerles sanciones que no sean grupos extranjeros. “No existe una ley nacional contra el terrorismo a pesar de las propuestas periódicas para crear una”, escribió Neil MacFarquhar para el New York Times. Más que un involucramiento de esta organización, el discurso de Trump suena a propaganda.

Tweet de Donald Trump del día 31 de mayo: “Los Estados Unidos de América designará a Antifa como una Organización Terrorista”.
La táctica de manipular la realidad para decir que la izquierda subversiva está realizando disturbios no es nueva en Estados Unidos ni en otros países del mundo. Se repite una tendencia que ya se había visto en las épocas de la Guerra Fría con la Doctrina de Seguridad Nacional. El concepto es simple: se crea la noción de un enemigo político que debe ser combatido para garantizar el orden interno y mantener la ideología nacional. Este enemigo se presenta como una amenaza aún en su mínima expresión individual.
En esta época, ese enemigo se representó en la forma del comunismo que, según la administración, se desplazaba a lo largo de Latinoamérica. Con la excusa de un enemigo que amenazaba el orden, se financiaba una política exterior que apoyaba a las fuerzas armadas latinoamericanas en sus accionares represivos y violentos. No solo los apoyaba, sino que los entrenaba en las Escuelas de las Américas en Panamá sobre tácticas contrainsurgencia como la tortura, secuestros, desapariciones, guerra psicológica, entre otros.
Con la desaparición del fantasma comunista, el enemigo político se reconstruye con los atentados a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001. La idea del terrorismo como amenaza letal abrió las puertas a que la administración de Bush aprobara la invasión de Irak sin ningún tipo de evidencia, todo bajo la excusa de un posible involucramiento con Al Qaeda y de posesión de armas de destrucción masiva. En el nombre de la lucha del nacionalismo, volvieron a países como Irak y Afganistán el marco de misiles, violentaron y asesinaron a miles de personas. Luego de la Guerra Fría Estados Unidos perdió gran parte de sus opositores, obligándolos a construir un nuevo enemigo para fundamentar su política exterior y para satisfacer esa necesidad de venganza latente luego del atentado.
Aquí es importante volver a la denominación de Trump a Antifa como grupo terrorista. A partir de 2003, la definición de terrorismo del Departamento de Defensa pasó a ser “la violencia, premeditada y motivada políticamente, perpetrada contra objetivos no combatientes por parte de grupos subnacionales o agentes clandestinos”. Importante preguntarnos entonces si no es terrorismo lo que Estados Unidos ejerció sobre Irak y Afganistán.
Esta noción de una rebelión que busca desestabilizar el orden se creó con el objetivo de que el estado pueda utilizar la violencia y coerción con total libertad y sin ninguna condena social o política. Cuando Trump dice que la izquierda es subversiva, anarquista y que los manifestantes son terroristas, recurre a una de las bases principales del nacionalismo y la historia estadounidense para desprenderse de las normas legales que lo atienen. Porque ya sabemos que así todo vale. Plantear un enemigo amplio y de vagas definiciones, le da un poder ilimitado a la aplicación de la ley federal bajo el código federal terrorista. “Clasificar a Antifa como una organización terrorista nacional ha sido un deseo para los aliados del presidente en la extrema derecha y en la corriente principal conservadora durante años”, dijo el equipo de Hatewatch, un blog que monitorea y expone las actividades de la ultraderecha americana.

Tweet de Donald Trump del día 31 de mayo: Ponganse duros alcaldes demócratas y gobernadores. Estas personas son ANARQUISTAS. Llamen a nuestra Guardia Nacional AHORA. El mundo los mira y se ríe de ustedes y de Sleepy Joe. ¿Es esto lo que Estados Unidos quiere? ¡¡¡NO!!!
El lenguaje es clave para ver las similitudes con el pasado. Se instauró una idea de guerra interna que se demuestra muy bien en el vocabulario político y, en este caso, en el Secretario de Defensa Mark Esper que llamó “espacio de batalla” a las protestas y remarcó la necesidad de dominarlo.
De esta manera es que ese mismo 31 de mayo el fiscal general William Barr declara que usarán equipos antiterroristas regionales del FBI para investigar a los creadores de los disturbios y que en Washington D.C. Muriel Bowser, alcaldesa, declare un toque de queda en el Distrito de Columbia. Ese mismo fiscal utilizó en su declaración las expresiones “anarquistas y radicales de izquierda” para referirse a los protestantes y dijo que el FBI, la DEA, el Cuerpo de Alguaciles y la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos serían desplegados para ayudar a reforzar la ley federal.
Mientras Trump declara que utilizará todos los recursos federales posibles para “respetar los derechos” de la ley, las restricciones de las libertades en las calles aparecen como el inicio de una represión sin control y el asesinato de cientos de personas afroamericanas. Se registran todo tipo de violencia, incluida la mediática: en los últimos tres días, el Comité de Protección de Periodistas (CPJ) reportó al menos 125 violaciones de libertades de prensa incluidos 20 arrestos. A esto se suma que hace solo unos días la Administración de Control de Drogas (DEA) ha obtenido permiso para realizar vigilancia encubierta y recopilar información sobre las personas que participan en las protestas. Parte de las promesas de William Barr se hicieron realidad.
Y en el medio de la proliferación de la ideología autoritaria en la propaganda política, se ignora a los principales culpables de la corrupción de las protestas: los grupos nacionalistas y supremacistas blancos. A través del internet alentaron y alientan a sus miembros a crear caos y conflictos. Algunos se encuentran en investigación, en Minnesota participantes fueron identificados entre los arrestados.
Políticos como la alcaldesa de Seattle Jenny Durkan sostienen que la destrucción y los disturbios son principalmente provocados por ellos. Y a las pruebas se remite: estas semanas se eliminó una cuenta de Twitter manejada por un grupo supremacista blanco que se hacía pasar por Antifa. En mayo, un memorándum del Departamento de Seguridad Nacional declaró que un canal de Telegram extremista supremacista blanco incitó a sus seguidores a participar en la violencia y disparar contra una multitud
Ya en 2017 el Southern Poverty Law Center (SPLC) indicaba que los grupos de odio habían aumentado un 20% y los grupos nacionalistas blancos un 22% desde 2014. La directora del Proyecto de Inteligencia Heidi Beirich expresó que “el presidente Donald Trump en 2017 reflejó lo que los grupos nacionalistas blancos quieren ver: un país donde el racismo está autorizado por el más alto cargo en la administración”.

Grupos de odio distribuidos a lo largo de Estados Unidos según el Southern Poverty Law Center (SPLC). Actualmente hay 940 grupos registrados y la mayoría se encuentran concentrados en la costa este.
¿Qué ayudó a que estos crímenes de odio aumentaran? Trump siempre se mostró a favor de las comunidades supremacistas, muchas veces eximiendo de la culpa a sus miembros, como ocurrió en 2017. Un hombre llamado James Alex Fields Jr. atropelló a un grupo de personas que estaban protestando pacíficamente. Fields Jr. tenía creencias neonazis y supremacistas. Mató a una personas y dejó a 28 heridas. ¿Cuál fue la respuesta de Trump? Que la culpa provenía de ambos lados y que “había gente buena en ambos sectores”. Al parecer, según el presidente, herir y asesinar personas intencionalmente no es categoría suficiente para catalogar a alguien de mala persona.
Estos discursos violentos y racistas inspiraron ataques terroristas de distintas personas, como Cesar Sayoc, que envió una bomba al expresidente Barack Obama y Patrick Crusius, que abatió a 22 personas en El Paso. Ambos se declaraban como fervientes seguidores de Trump.

La brutalidad policial aumenta ante manifestantes inocentes en Washington D.C. El gobierno no se hace responsable. Créditos: Shawn Thew/EPA-EFE
El presidente va en contra del mismísimo FBI, cuyo director Christopher Way declaró a principios de este año que los grupos extremistas racistas –principalmente incentivados por algún tipo de supremacía blanca– eran actualmente una “prioridad de amenaza nacional”. Además, señaló que estos grupos fueron la fuente primaria de violencia ideológicamente motivada en 2018 y 2019 y que se los considera el “extremismo más letal de todos desde 2001”.
El discurso de enemigo político centrado en Antifa le da la excusa perfecta al presidente para permitir ataques, represión y altos niveles de brutalidad policial a cualquier persona involucrada en una protesta. La violencia se ejerce con más poder sobre personas inocentes mientras la administración queda impune.
Trump se enfrenta hoy ante los disturbios que él mismo fomentó. Ante grupos supremacistas blancos que buscan destruir el orden. Ante miles de personas que luchan de la mano de la comunidad afroamericana para decirle basta al racismo que él ejerció durante toda su carrera política y de negocios. Ese racismo que sigue incentivando a través de sus políticas y su alianza silenciosa –aunque no tanto– con las organizaciones supremacistas. Y ninguna noción de enemigo político que pueda inventar va a evitar lo que viene.
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