¿Tiene China un compromiso real en la lucha contra el cambio climático?
- Revolución Redactada
- 16 oct 2020
- 6 Min. de lectura

Xi Jinping, presidente de China, en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
El 15 de septiembre inició la sesión número 75 de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Por primera vez en su historia, los líderes del mundo no se acercaron al gran Auditorio, sino que celebraron el aniversario de forma virtual.
El protagonismo de la asamblea se la llevó China en la sesión del día 22 de septiembre. El presidente de la nación, Xi Jinping, declaró en su discurso que planeaba aumentar su principio de Responsabilidades Comunes pero Diferenciadas –más conocidas como Common But Differentiated Responsibilities (CBDR)–, lograr un pico de emisiones de dióxido de carbono antes de 2030 y lograr la neutralidad de carbono antes de 2060.
El significado de estas declaraciones es simple: de cumplirlas, China haría un gran aporte para luchar contra el cambio climático. Primero, porque el país estaría combatiendo la emisión de uno de los gases más contaminantes del planeta, el dióxido de carbono, que se encuentra principalmente en medios de transporte y en la industria de los combustibles fósiles. Segundo, porque si aumentara sus CBDR –su compromiso con la destrucción generada por el cambio climático– ayudaría a presionar para que otros países también las incrementen.
La principal disputa que surge de estas afirmaciones es que no escapan de terminar en una contradicción. China es, al día de hoy, el mayor emisor de dióxido de carbono en el mundo. Para 2018, tenía 10.065 emisiones totales según el Global Carbon Atlas. Para entender la altura de este número: los valores de Estados Unidos, el segundo país con mayor cantidad de emisiones, representan solo un 54% del número chino y los de India, el tercero, un 26%. Las emisiones per cápita de China que ya equivalen a los valores de todos los países de la Unión Europea juntos.
Esto no sorprende teniendo en cuenta que China tiene una de las reservas de carbón más grandes del mundo, y siendo este el 67% de su uso de energía primario. Esto significa que consume casi la misma cantidad de carbón que todo el resto del mundo combinado. Además, su economía también se basa en la exportación barata: el 25% de las emisiones del país son causadas por la fabricación de productos que se consumen en el extranjero.
China es, al día de hoy, el mayor emisor de dióxido de carbono en el mundo. Para 2018, tenía 10.065 emisiones totales según el Global Carbon Atlas.
A esto se suma la cuestión política. La fragmentación autoritaria en su gobierno y en las políticas públicas generó una incapacidad de China de establecer un límite de emisiones ambicioso y que proteja al medio ambiente. Ni siquiera cuando quisieron accionar y lograr que los gobiernos locales tomaran medidas pudieron hacerlo, ya que la importancia del crecimiento económico era mayor para sus gobernantes.
En 1998, China transfirió las decisiones sobre el cambio climático de la Administración Meteorológica China a la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (NDRC), donde sus miembros eran burócratas que priorizaban el desarrollo económico sobre el ambiental. El poder de decisión sobre las políticas se desplazó de científicos del clima y funcionarios ambientales a burócratas económicos y de relaciones exteriores.
En resumen, restringir las emisiones de dióxido de carbono o gases de efecto invernadero significaba mayores costos económicos: reducir su producción y tomar el riesgo de que su crecimiento se estancara. A la vez, su capacidad administrativa estatal y sus valores culturales y sociales llevaron a una falta de concientización y accionar de parte de su gobierno y ciudadanos.
La pandemia no generó ningún cambio en este sentido. Por más que al inicio del brote las emisiones de carbono se redujeron un 25% en el país, actualmente ya retomaron los niveles previos a la pandemia. Aún así, si se compara con el año 2019, hay una reducción del 6% en las emisiones.
Estos valores representan dos aspectos que simplifican la contradicción de China a la hora de cumplir con sus objetivos contra el cambio climático. Por un lado, los altos números de emisiones se deben a que el país está ampliando la capacidad de sus plantas de carbón al ritmo más rápido visto desde 2015 para lograr una recuperación frente a la pandemia, aumentando la contaminación. Pero la otra cara, la reducción anual del 6%, simboliza el traspaso hacia una economía verde que China está realizando desde el año 2000.
Por más que al inicio del brote las emisiones de carbono se redujeron un 25% en el país, actualmente ya retomaron los niveles previos a la pandemia.
El rol del cambio climático se modificó en las últimas décadas, donde China ha intentado repetidas veces reducir sus emisiones. Esto llevó a que, en 2016, suspendieran la construcción de cientas de plantas de carbón para lidiar con la contaminación y la producción excesiva.

Central térmica de Tuoketuo, una de las más grandes del mundo.
Y no es casualidad que ocurriera en ese año, el primero desde que terminó el 12º periodo del Plan Quinquenal, de 2011 a 2015. En este periodo, China cambió su modelo económico y generó un traspaso de una economía basada en una industria pesada intensiva en energía a un enfoque de mayor productividad a través de la innovación en tecnologías bajas en carbono y en energía limpia. Priorizó la sostenibilidad ambiental pensando que generaría una economía más equilibrada.
Pero ya antes se venían logrando cambios: en 2009 se convirtió en el mercado más grande de energía eólica y turbinas de viento. También realizó programas que buscaban aumentar la eficiencia de energía como el de Energía Renovable en 2006 y las Leyes de Conservación de Energía en 2008. China encontró en la “Nueva Normalidad” una oportunidad estratégica que le permitiría abordar una creciente crisis ambiental interna.
Así fue como, también, reformuló sus prioridades en las negociaciones de la Convención Marco de las Naciones Unidas contra el Cambio Climático (CMNUCC) y logró una mayor cooperación con Estados Unidos en una época donde estaba ausente. Durante la década del 2000 estableció un objetivo de reducción de la intensidad de sus emisiones.
En 2009 se convirtió en el mercado más grande de energía eólica y turbinas de viento. También realizó programas que buscaban aumentar la eficiencia de energía como el de Energía Renovable en 2006 y las Leyes de Conservación de Energía en 2008.
También realizó otras medidas como establecer metas conjuntas para negociaciones futuras con los países que integran el BASIC (Brasil, India y Sudáfrica), el LMDC (Like Minded-Group of Developing Countries) y el Plan de Conservación de Energía a Mediano y Largo Plazo de 2004, mostrando no solo su compromiso con las negociaciones sino también con su propias políticas. Luego, en 2011, indicó que estaba abierto a participar en un trato de compromiso legal luego de 2020. En 2014, China ofreció por primera vez una fecha límite para limitar sus emisiones, con objetivos para el año 2030 (o antes).
Para el Acuerdo de París, China llegó como un líder de la cooperación internacional y un aliado con una de las mayores potencias del mundo. Había disminuido su PBI, se había alejado de las industrias y la manufactura y había disminuido sus emisiones.
Y para 2020, la visión sobre la industria del carbón ya no era la misma. Ya no hay un consenso absoluto en sus funcionarios que priorice la economía por sobre la contaminación: para junio, se publicó un documento de política conjunta de seis ministerios que pedía reducir la producción excesiva de carbón y priorizar la energía limpia.
Más allá de los cambios en las políticas nacionales de cambio climático, podríamos preguntarnos por qué China abandonaría su visión antagónica en las negociaciones y accedería a un plan que va más allá del nivel de desarrollo de los países. Según Fuzuo Wu, especialista en las relaciones internacionales del país, el cambio se debe a su deseo de maximizar su riqueza. China buscaba abandonar la dependencia de la energía limpia transferida de los mercados de Estados Unidos y la Unión Europea para poder generar uno propio, y finalmente lo estaba logrando.
La presión internacional para que China tome un rol mayor respecto al cambio climático, especialmente luego de que Estados Unidos rechazara el Protocolo de Kioto abandonara el Acuerdo de París en 2017, se encuentra en aumento.
Actualmente, se posiciona como el mayor emisor de gases de efecto invernadero y es el primero de estos emisores líderes en ratificar el Acuerdo, lo que colabora enormemente a la posibilidad de que se cumpla el objetivo de temperatura de 2ºC. Y su posición es fundamental: según el Climate Action Tracker, si China logra la neutralidad de carbono antes de 2060, esto reduciría las proyecciones de calentamiento global en alrededor de 0,2 a 0,3 grados, la mayor reducción individual jamás estimada.
China se posiciona como un líder en la energía limpia, pero si continúa aumentando su capacidad total de energía de carbón, su generación superará enormemente a la generación total de energía de carbón asignada al mundo entero para mantener el calentamiento global muy por debajo de los 2°C.
China tiene un gran desafío por delante y la posibilidad de mantenerse como líder en las negociaciones internacionales. La pregunta es si está preparado para cumplir con sus objetivos.
Comments